viernes, 2 de mayo de 2014

Hans Hollein, arquitecto ecléctico y atrevido

Curves of the Haas House, Vienna.



El arquitecto vienés más conocido de la segunda mitad del siglo XX, Hans Hollein, falleció en su ciudad el pasado jueves a los 80 años, después de lo que la familia ha descrito como “una larga enfermedad”. Único premio Pritzker austríaco, Hollein recibió ese galardón tempranamente, en 1985, cuando se encontraba en la cumbre como arquitecto posmoderno. Fue su manejo del eclecticismo, su falta de manías para mezclar sofisticación y atrevimiento, lo que le valió el premio. No en vano, el reconocimiento le había llegado por trabajos considerados menores, interiores y comercios que su mano de orfebre convertía en cofre sorpresa.
Tras estudiar en Viena, en el lllinois Institute of Technology de Chicago tuvo como profesor a Mies van der Rohe, al que no se puede negar que no imitó. Más tarde desde Berkeley, donde continuó estudios, recorrió Estados Unidos en un viejo Chevrolet rastreando todas las Vienas que hay en ese país. Fue al regresar cuando firmó en su ciudad la pequeña tienda de velas Retti que daría la vuelta al mundo. El cuidado puesto en el contenedor iba de la mano de un meticuloso trabajo de interiorismo. Corría el año 1966 y su fama no tardaría en extenderse por Graben, la gran calle monumental y comercial vienesa donde todavía hoy pueden visitarse, como si fueran las perlas de un collar, las joyerías Schullin —una con forma de cristal de roca, de 1974, y otra posterior, de 1982— o la tienda de tabacos que firmó en 1992. En realidad, se podría decir que esa calle peatonal del centro de Viena resume al arquitecto porque más allá de esos menudos y extraordinarios proyectos, en uno de los extremos del paseo, frente a la Catedral de San Esteban, el Centro Comercial Haas Haus está ideado con idéntico cuidado y osadía. Sin embargo, el atrevimiento pudo, en esta ocasión, ser excesivo. Frente a la sonrisa que provocan las tiendas, este edificio esquinero suscita sobre todo dudas.
Está claro que Hollein dominaba la pequeña escala. Sus teteras, gafas, butacas, mesas, inolvidables joyas y hasta el piano que ideó para Bosendorfer Flügel en 1990 prueban que diseñaba con la calidad de los antiguos mueblistas y con el cuidado de los joyeros. Tuvo la valentía de enseñar a sus alumnos a correr riesgos mezclando estilos y materiales como el mármol y el plástico. Y los convenció porque él mismo fue osado. Cuando su estudio creció, participó en concursos para infinidad de proyectos por todo el mundo: desde las torres de oficinas Media en Viena (2000) hasta la sede del Banco de Santander en Madrid (1993). Algunos de esos trabajos, como el Museo de Arte de Fráncfort (1991) o el centro Vulcania en Auvergne (2002), lograron que diera el paso hacia la gran escala al convertirse el primero en una pieza más en la ciudad y al organizarse en una suma de partes el segundo. Otros edificios no corrieron la misma fortuna. Las seis torres de viviendas que ideó para Taiwán en los últimos años no aportan a esa ciudad china la cualidad exquisita que hizo que la revista Progressive Architecture bautizara la Galería Richard Feigen, que Hollein construyó en 1970 en Nueva York como “Fabergé arquitectónico”, en referencia al célebre orfebre de los zares rusos.
Hollein sabía que la calidad y la sorpresa exigen idéntico esfuerzo y se empeñó en conseguir ambas. Por eso su obra ecléctica retrata más experimentación que ideas fijas. Irónico y osado, Hollein fue una figura importante en su ciudad. Todavía lo es gracias a las joyas que salpican la calle Graben casi medio siglo después de inaugurarse. Esos proyectos atestiguan, queda dicho, que fue mejor en la pequeña escala —o en algunas remodelaciones, como el Museo del Cristal y la Cerámica de Teherán (1978)— que en la grande. Por eso, al legado de la osadía, que aplaudió el Pritzker en 1985, hoy debemos añadir el de la dificultad de saltar de escala. Es complicado salvar un gran edificio con detalles exquisitos. Es necesario buscar atributos específicos según el tamaño de cada proyecto.


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