lunes, 19 de mayo de 2014

'Sentí miedo con el Guggenheim'

Frank O. Gehry (Toronto, 1929) asegura que los premios aún le sorprenden. Pero agradece al jurado del Príncipe de Asturias que haya añadido su nombre a una nómina en la que están presentes artistas a quienes admira. El galardón es la excusa para una conversación sobre sus orígenes y sobre sus proyectos actuales, que incluyen la reforma de la icónica central eléctrica de Battersea, la nueva sede de Facebook y una sala de conciertos en Berlín. El arquitecto dice que le habría gustado construir la villa olímpica de Barcelona y recuerda que es un admirador de España: «Mi esposa es panameña y en mi casa se habla en español».

¿Recuerda cuándo se planteó por primera vez la posibilidad de ser arquitecto?
Como si fuera hoy. Estaba trabajando como camionero y repartidor de muebles en una comarca de California. Por las noches y los fines de semana iba a clases en una escuela de Bellas Artes y un profesor de cerámica me dijo que debería entrar en un curso de Arquitectura. Él mismo escribió una recomendación para una universidad californiana. Fue la primera vez en mi vida que alguien elogió algo que había hecho con mis manos.

Pero aquélla no fue su primera experiencia como arquitecto. He leído que de niño jugaba a construir edificios con bloques de madera.
Así es. Mi abuela tenía un horno de leña y solía comprarle al carpintero los trozos de madera que no usaba. Recuerdo que los extendía en el suelo para que jugara con ellos. No teníamos dinero para comprar otros juguetes. Por algún motivo, empezó a hablar de construir ciudades. Había nacido en Polonia y era una mujer muy especial. Siendo apenas una adolescente había gestionado una fundición de hierro en su país natal. Quizá por eso le interesaba construir.

¿Nunca tuvo ningún artista en la familia?
No. Lo más parecido fue la hermana de mi padre, que trabajó como diseñadora de ropa en Florida. Mi padre nunca fue a la escuela porque su familia no tenía dinero. Pero yo siempre he pensado que tenía aptitudes artísticas. Se crió en Nueva York y trabajó en una tienda de comestibles donde ganó un premio por colocar bien las frutas en el escaparate.

¿Aprendió usted algo útil para su arquitectura en sus años de camionero?
Supongo que aprendí cómo hablar con la gente [se ríe]. No sólo les llevaba el mobiliario. También me tocaba hacer pequeños trabajos de carpintería e instalar unas banquetas para la cocina que nos llegaban sin montar.

Al dejar California, usted se alistó en el ejército y luego se matriculó en Harvard. ¿Por qué lo dejó antes de graduarse?
El problema es que no estudié Arquitectura sino Urbanismo, y las asignaturas tenían que ver con estadística, economía y cosas así. Yo lo que quería era hacer cosas y me di cuenta de que no estaba en la carrera correcta. Intenté cambiarme pero no me dejaron y me fui.

He leído que no le gustó que uno de los profesores de Harvard estuviera construyendo un palacio para el dictador cubano Fulgencio Batista.
El palacio lo estaba construyendo el arquitecto catalán Josep Lluís Sert. Sert me pidió que trabajara durante unos meses en su estudio y llegué allí con una amiga cubana. Al ver lo que estaba haciendo aquel señor, decidimos irnos. No queríamos trabajar para un dictador.

¿Cuándo se dio cuenta de que podía vivir de la arquitectura?
Supongo que a mediados de los años 60. A partir de entonces, hice muchos proyectos. Aunque mis dos edificios más importantes fueron el Disney Concert Hall y el Museo Guggenheim, que fue el proyecto que lo cambió todo para mí.

El Guggenheim transformó para siempre la ciudad de Bilbao. ¿Cómo nació?
El proyecto no habría sido posible sin el director de la fundación, Tom Krens, que fue la primera persona con la que hablé. En el País Vasco estuve con muchas personas: los consejeros de Cultura y Comercio, el alcalde y el lehendakari. Todos tenían mucho interés por construir un edificio que fuera especial. Creían que un proyecto así podría ayudar a la economía de la región. Yo siempre pensé que estaban exagerando y sentí un poco de miedo. Les dije que pondría todo de mi parte para intentarlo pero nunca creí que un museo pudiera hacer una cosa así.

El presupuesto parece ahora muy pequeño.
Apenas 80 millones de euros, que es una cifra insignificante para un edificio público. Lo más importante fue el compromiso de los líderes vascos, que defendieron el edificio desde el principio hasta el final. También el papel de mi amigo Juan Ignacio Vidarte, que puso un gran empeño en concluir el proyecto en unos tiempos muy duros. Recuerde que hubo problemas con los sindicatos y varios atentados de ETA. El Guggenheim es un edificio que Juan Ignacio y yo construimos juntos. Yo nunca leí el contrato después de firmarlo. Allí un apretón de manos tiene más valor que la ley.

P.- Supongo que usted era consciente de lo que ocurría con ETA cuando aceptó el proyecto.
Por supuesto y sé que fue un problema durante la construcción. Mis amigos vascos me dicen que el edificio ayudó a cambiar el tono cívico de la región y espero que eso sea cierto. Hoy todo es muy distinto en el País Vasco y también en Bilbao. Cuando uno dota a una ciudad de una identidad, es mucho más fácil para sus habitantes sentirse parte de ella. Mis amigos me cuentan que hoy los adolescentes no se van a trabajar a ciudades más grandes. Se quedan en el País Vasco y eso me hace sentir orgulloso de lo que hicimos.

Usted iba a construir una especie de centro cultural en el World Trade Center de Manhattan. ¿Qué ha ocurrido con el proyecto?
No lo sé. Es un edificio que ya no vamos a hacer. Nos enteramos por accidente. Nadie nos lo dijo. No tengo ni idea. Lo que sí le diré es que es muy complicado construir edificios en una pequeña parcela de Manhattan con túneles, cables y trenes que pasan por debajo. Yo no culparía a nadie.

¿Y el edificio para Facebook en California...? ¿Qué tipo de cliente es Mark Zuckerberg?
Es un chico muy inteligente y sabe lo que quiere. Me pidió que hiciera algunos cambios y los hice. Llegó a mí porque teníamos amigos comunes. Pero al principio era muy escéptico porque pensaba que le iba a cobrar un dineral. Todo el mundo piensa que mis edificios van a ser muy caros por mi reputación de 'prima donna' pero no es cierto.

¿Es el edificio de Facebook su proyecto favorito de entre los que tiene entre manos?
Quizá sí. Aunque también me entusiasma mi trabajo con el director de orquesta Gustavo Dudamel. Estamos construyendo un campus para los músicos de El Sistema en la localidad venezolana de Barquisimeto. Es uno de los proyectos educativos más ilusionantes del mundo y tiene que ver con lo que hace mi fundación, que acaba de lanzar una iniciativa para potenciar la educación artística en las escuelas de barrios pobres.

¿Sintió usted más presión de la habitual al diseñar el rascacielos residencial que construyó junto al Puente de Brooklyn?
No, porque no creo que sea más importante construir en Nueva York que en un lugar como Bilbao. Pero sí sentí algo especial cuando me designaron para construir ese edificio. Mi padre se crió en la ciudad y sabía que se habría sentido orgulloso de mí si estuviera vivo. Quería construir un edificio muy neoyorquino y creo que lo logré.

¿Qué es un edificio muy neoyorquino?
Un edificio que encaja en el carácter de la ciudad. Mi intención era ser respetuoso con los rascacielos que están alrededor. No me gustan muchas de las torres que se han construido últimamente. El edificio que ha construido Norman Foster tiene un carácter único. Pero hay muchos edificios nuevos de Manhattan que no tienen alma.

¿Qué consejo le daría a un joven arquitecto?
Sé tú mismo, no intentes imitar lo que hacen otros artistas. Eres el único experto en lo que haces. Puede que a la gente no le guste. Pero al menos no te traicionarás a ti mismo. Algo bueno suele salir cuando a los arquitectos más jóvenes se les permite expresarse con libertad. Lo que no funciona es intentar adaptarse a la última moda. El otro consejo que le daría a un joven arquitecto es que piense en la gente que usará su edificio. Por eso me encanta diseñar salas de conciertos: porque crean una relación especial entre los músicos y los espectadores. Los arquitectos siempre deberíamos pensar así.

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