lunes, 8 de junio de 2015

Richard Rogers, el 'lord' que levanta un rascacielos en Bogotá




Con su ya famosa camisa naranja y unos calcetines de color verde limón, Richard Rogers se pasea por la oficina de su colega Giancarlo Mazzanti como si fuera un dios. Para el mundo de la arquitectura lo es. Ha diseñado estrategias urbanas de ciudades enteras, incluida Londres, y ha ideado algunos de los edificios más emblemáticos de la arquitectura contemporánea, como el Centro Pompidou, en París; el Parlamento Europeo, en Estrasburgo (Francia), o la Terminal 4 (T4) del aeropuerto de Barajas, en Madrid. (Lea también: La arquitectura de Giancarlo Mazzanti: un modelo para armar)
La importancia de su obra es tal que desde 1996 es miembro de la nobleza, que lo reconoce con el título de Lord Rogers of Riverside –aunque él prefiere que lo llamen simplemente ‘Richard’– y en el 2007 ganó el premio Pritzker, considerado el ‘Nobel de la arquitectura’. 
Nada mal para alguien disléxico, de quien sus profesores aseguraban que no iría a ninguna parte. Hoy, a los 82 años, es un gigante que camina despacio y habla rápido. Se sienta y observa meticulosamente la detallada maqueta que tiene enfrente. Se trata de las Torres Atrio, su primer proyecto en Colombia, que cuenta con más de 10.000 metros cuadrados para que él plasme en Bogotá su teoría sobre espacios públicos.
Al igual que Mazzanti, su socio en Colombia, Rogers es un firme creyente de que la ciudad debe ser “el reino del espacio público”. Y Bogotá necesita mucho de eso. “En el corazón de toda estrategia urbana reside el concepto de que las ciudades están hechas para el encuentro de amigos y extraños, en espacios públicos civilizados y rodeados de bellos edificios”, explica. (Lea también: 'La parálisis del Bicentenario fue por no escuchar a la gente')
Y para lograr ese fin, un arquitecto debe ser una mezcla de científico, artista, ingeniero, sociólogo y politólogo, opina.
¿Cuál es el rol del arquitecto?
Para mí, el problema crítico que debe resolver la arquitectura es la división entre ricos y pobres; hay tremendas apariencias de lujo y de exclusividad, y la gente siente que no está siendo tratada de forma justa. Vivimos en la era de la codicia, y las presiones del mercado han estrechado la posición del arquitecto frente a la sociedad. Si vives en una ciudad, hay muchos barrios populares y tienes que lidiar con eso. Nosotros tenemos que entender por qué no estamos tratando a la gente de forma justa.
¿Se considera más un urbanista que un arquitecto? 
Me encantaría ver un cambio en la educación, por ejemplo, que estudies arquitectura y te especialices en sociología o en política. Diría que la arquitectura también es política, porque aunque no decide lo que hacemos, sí nos determina. No veo que haya una división, realmente, y no creo que la debiera haber. Yo nací en Florencia (Italia) y mi ídolo era (Filippo) Brunelleschi: además de ser un artista, era escultor, matemático, arquitecto… y muchas otras cosas. Los edificios construyen las ciudades, y creo que un arquitecto debe entender los espacios públicos que va a generar. Y crear espacios públicos es hacer urbanismo. Ella o él (los arquitectos) son ciudadanos, y eso implica mucho más aspectos que ser simplemente ‘decoradores’. La vocación de un arquitecto debería ser pensar en la función que cumplirá un edificio en su entorno; en un nivel, tiene que mirar las cosas pequeñas que las personas necesitan; y en otro nivel, las cuestiones globales, como el cambio climático. Y eso es lo que me emociona, lo que significa para mí ser arquitecto.
¿Cómo se pueden solucionar los problemas de una ciudad que no está bien planificada?
Parte por parte. Puedes crear un maravilloso sendero o, si tienes suerte, una plaza fantástica, como la que diseñamos para el Centro Pompidou, que ahora es una de las más usadas en Europa. La idea es crear un lugar de encuentro para que la gente intercambie ideas.
¿Qué valor les da a la funcionalidad y a la estética a la hora de diseñar un edificio?
No pueden separarse. No me agradecerías si diseñara una silla poco funcional. Y la estética es importante en todo. Nos gustan las cosas bonitas. Cuando vas a encontrarte con tus amigos, no vas a un bar solo porque preparan buen café, vas porque es bonito, hay buen ambiente... 
¿Cómo puede ayudar la arquitectura?
Haciendo feliz a la gente. Te estoy dando una respuesta simple, pero en el fondo es eso. Tú eres agradable, eliges ir lindo, y quieres que el entorno también lo sea. No es tan difícil. La complejidad viene en la democratización del espacio. Lo que nosotros hacemos es buscar ideas para eso.
Una de sus mayores preocupaciones es la utilidad. ¿Cómo diseñar un edificio que no quede obsoleto en poco tiempo?
Creo que el cambio es uno de los desafíos más críticos que enfrentamos. El cambio es muy rápido. Y no hay nada más inútil que un edificio al que no se le puede añadir ni quitar nada para adaptarse a los tiempos. Los edificios de hoy no pueden constreñir el crecimiento. Los edificios sostenibles, que se adaptan, son más duraderos, y eso es bueno para el mundo.
¿Cómo crea edificios adaptables?
La flexibilidad, la adaptabilidad y la capacidad de que algo pueda ir adentro o afuera del edificio es lo más importante, porque todo eso da lugar a otro tipo de interacciones entre la gente. Es como algunos tipos de jazz, en los que se puede improvisar una melodía. Y es lo que la gente necesita. Cuando vimos que Mazzanti lo estaba haciendo, nos gustó mucho. Él tiene las habilidades que estábamos buscando, y aquí estamos. La arquitectura habla de las relaciones humanas y el trabajo del arquitecto es un trabajo de equipo. (Lea también: Richard Rogers diseñará megaobra en el centro internacional de Bogotá)
¿Esa es la idea de las Torres Atrio?
Sí, claro. Cuando proyectamos la obra, pensamos en dos clientes: el comercial y las personas, que tienen el derecho a estar en un entorno bonito y tranquilo. Y tenemos que satisfacer a ambos.
Empezamos por mirar el espacio público. La posición es fantástica (la zona del Centro de Convenciones Gonzalo Jiménez de Quesada, en la intersección de las avenidas El Dorado y Caracas), con la Estación Central, que va a ser un punto muy bueno para transportarse (conectará las troncales de la carrera 10.ª, la calle 26 y la Caracas), y hay edificios históricos e importantes. Pero ahora la zona es un poco… Hay grandes oficinas allí, pero cuando sales, no puedes ir a ningún lado. De hecho, cuando preguntas cómo salir te indican la puerta de atrás, no la frontal. Se trata de regenerar un espacio, rediseñar el skyline y hacer que los edificios dialoguen entre sí, de que la gente disfrute del entorno.
¿Cree entonces que el camino es que las empresas privadas generen el espacio público?
Tenemos que ser realistas: conforme la gente paga menos y menos impuestos, hay menos y menos dinero para hacer cosas para el público. Una de las esperanzas es que el sector privado financie estas iniciativas para salvar esa brecha, como de hecho se hace ya en muchas ciudades. Es un tema de responsabilidad social.
¿Por qué decidió trabajar en Colombia?
¿Por qué no (ríe)? Yo disfruto mucho Latinoamérica, vengo al menos un par de veces al año. Y me encanta el arte precolombino, tengo algunas piezas.
Tiene 82 años y sigue en plena actividad. ¿Cómo se siente?
Como decía mi madre a los 90 años: “Siento que tengo 18 hasta que me miro al espejo”. Yo siento lo mismo, sólo que no tengo 90 todavía (ríe). Estoy disfrutando cada segundo de mi vida mucho más que antes. Mi deseo es estar aprendiendo algo nuevo hasta que muera, mirando al futuro.
Rascacielos bogotano
El proyecto Atrio contempla dos torres de uso mixto: la Norte, con 44 pisos y 200 metros de altura, y la Sur, con 59 pisos y 268 metros de altura, similar a la torre más alta del proyecto BD Bacatá (66 pisos) y significativamente más elevada que la Torre Colpatria. Todo, en torno de un gran espacio público de 10.000 metros cuadrados. Su estructura metálica de refuerzo pesa el doble que la de la torre Eiffel. En la primera etapa del proyecto se invertirán 250 millones de dólares.

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