domingo, 10 de enero de 2016

La Ítaca de Ricardo Bofill


Apartamentos en Alicante
La Muralla Roja, edificio de Ricardo Bofill en Calpe (Alicante). / J. HILDEBRANDT
Nos cuenta Óscar Tusquets en su libro Amables Personajes que siempre ha considerado al arquitecto Ricardo Bofill Levi un genio, aunque no sepa muy bien de qué disciplina. Bigas Luna, quién colocó un jamón recostado sobre una silla a modo de icono, nos decía que el Mediterráneo es vino, paella, sol, aceite de oliva y sobre todo, sensualidad. A Bofill, que como Bigas Luna, Óscar Tusquets o Manuel Vicent imaginamos con alma de marinero, le hemos descubierto a través de una estancia en una de sus mejores obras.
Un detalle del edificio alicantino.
El proyecto en cuestión es un excepcional edificio con el que se destapó a finales de los años 60 y que interpretamos como una genial respuesta a la arquitectura blanca (en el mejor de los casos) que todavía hoy está vinculada al boom urbanístico del Levante español y que desde entonces salpica la costa de la zona.
La Muralla Roja es la pequeña Ítaca que Bofill construyó sobre el acantilado de La Manzanera, a las afueras de Calpe (Alicante). Un lugar fantástico que recuerda a un laberinto en el que quedarse atrapado, donde las musas parecen esperar tras cada quiebro de los muros que forma esta ejemplar obra de la arquitectura contemporánea española.
La Muralla Roja, en Calpe.
Interior de La Muralla Roja, en Calpe.
A la distancia precisa para no estar ni lejos ni cerca de Calpe, se vislumbran las almenas irregulares que, en distintos niveles, recortan el perfil de este peculiar edificio. Con un permanente azul de fondo, azul cielo o azul mediterráneo, como privilegiado espectador.
Nos adentramos en el conjunto y lo que a priori se nos antoja como una maraña de patios y escaleras, descubrimos que alberga cuatro torres de apartamentos, entre los que se encuentra el que será nuestro hogar los próximos días. Colores pastel amansan nuestro carácter durante la estancia, que, mecido por el sonido del mar, nos lleva a explorar sus rincones. En palabras del arquitecto catalán, “la base de la geometría del complejo es una aproximación a las teorías del constructivismo y hace de La Muralla Roja una clara evocación de éstas”.
Desayuno en los apartamentos de Bofill.
Desde el apartamento hasta la piscina, averiguamos varios recorridos que nos muestran una sucesión de escaleras, rellanos, pasadizos, puentes y puertas que tejen una sucesión de recovecos difíciles de imaginar y proyectar. Azul, rosa, morado, rojo… Espacios que van cambiando de color a lo largo del día y que protagonizan el carácter de cada fragmento del conjunto. Plantas en cruz de cinco metros que generan hasta 50 apartamentos de tres tipologías diferentes y que dan a las cuatro orientaciones.
La hábil organización de las comunicaciones, articuladas por la posición de los apartamentos y coronadas con el uso del color, provoca un interesante juego de visuales y diferentes maneras de relacionarse con los espacios comunes. Enriqueciendo la propuesta con un claro guiño a la arquitectura árabe y a su forma de dialogar con los habitantes, hecho presente a lo largo del mediterráneo.
El cielo desde La Muralla Roja.
Por las mañanas, preparamos el desayuno con el murmullo inteligible de dos vecinas charlando. Vamos de un lado al otro del apartamento, alternando los azules del patio, del cielo y del mar, que nos miran a través de cada ventana. Por el dormitorio se cuela la música de una radio. Naranjas de temporada entre las delicias del desayuno y en nuestro afán explorador nos asomamos a ver cómo desayuna una pareja en la planta inferior, escuchando jazz de fondo. Lo que planeamos como una visita arquitectónica pasan a ser unas vacaciones para los sentidos.
Un oasis en el que disfrutar de la privacidad de la piscina en la cubierta del edificio y buscar el camino de vuelta a casa entre las nubes del mediterráneo.

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