El británico Norman Foster, uno de los arquitectos más creativos del mundo, ha evocado hoy la arquitectura y el diseño de los vehículos de los años cuarenta y cincuenta en Cuba y lo ha identificado con las ganas de vivir y el optimismo de las gentes de entonces, "que miraban al futuro".
Junto con su esposa, Elena Ochoa, y el director de cine David Trueba, Foster ha participado hoy en el Hay Festival de Segovia, donde se ha presentado el libro del periodista Mauricio Vicent Havana. Autos and Architecture, que surgió a raíz de los viajes de este arquitecto a la capital cubana.
Quizá, para quien fue galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de las Artes en 2009, la sociedad actual tenga unos coches más seguros y con un menor consumo "pero algo se perdió, ya no tienen personalidad, no evocan tiempos futuros". Hay lazos entre los vehículos, algunos inspirados en diseños aeronáuticos, y la arquitectura en la isla caribeña, de ahí que Foster opine que el libro está hablando de la historia de Cuba a través de la vida de los vehículos.
En realidad, según la editora Elena Ochoa, la historia que rodea al libro es un "manifiesto de amor", desde la elaboración de la cuidada edición por la editorial Ivorypress, al amor por la Habana y los automóviles, a punto de desaparecer, algunos que ya son historia porque han desaparecido las matrículas que llevaban.
Las Cuba más contradictoria
Norman Foster ha llegado a la antigua iglesia de San Juan de los Caballeros, del románico, lugar del encuentro, a bordo de un flamante Hispano Suiza de 1922, en el que ha viajado por calles del recinto histórico junto a Trueba, Vicent y el fotógrafo Nigel Young, autor de algunas de las imágenes de la publicación.
Es cierto, como reconoce Foster, que la arquitectura y los coches se encuadran en compartimentos separados, pero el arte les une, además de que se puede hablar de historia a través de la vida de los vehículos.
En sus viajes a La Habana con Elena Ochoa, según ha confesado, a Foster le envolvió el "cambio tan dramático de Cuba", a la que ha definido como un museo viviente del automóvil americano y llena de contradicciones ya que los embargos provienen de Estados Unidos y muchos motores de la antigua Unión Soviética.
Esta historia, según su protagonista, también autor del epílogo de la publicación, nació de una arquitectura a punto de derrumbarse en diálogo con unos vehículos hartos de visitar el taller, pero rodando, por lo que a través de la historia de los coches se cuenta también la trayectoria del lugar.
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