domingo, 16 de noviembre de 2014

La galería Carreras Múgica de Bilbao quiere convertir un viejo comercio en factoría cultural






Puede que, como les sucede a tantas librerías, que necesitan vender bolsos o servir cafés para mantener el negocio, haya llegado el momento de repensar también las galerías de arte. “Como la propia sociedad, también el arte del siglo XXI debe renovar su relación con el dinero”, apunta el arquitecto Juan Herreros. El autor del futuro Museo Munch de Oslo ha concluido en Bilbao la mayor galería de arte de la ciudad “un punto de encuentro cultural que ya no solo busca vender a coleccionistas”.
¿Qué lleva a una tipología a reinventarse? ¿Qué, cuando ha llegado a su cima? ¿Qué puede hacer un galerista además de exponer a artistas y asesorar a clientes? Eso se preguntaron Pedro Carreras e Ignacio Múgica. Tras 20 años representando a la vanguardia artística vasca (de Oteiza y Chillida a Txomin Badiola) y después de trabajar con varios de los grandes escultores internacionales (Richard Serra, Rita McBride), los empresarios se plantearon cómo llevar más vida a su negocio que montando seis exposiciones al año. La respuesta la hallaron en la arquitectura. Decidieron trasladarse. Buscaron un local en el ensanche, entre el Guggenheim y La Alhóndiga. Querían ampliar instalaciones y objetivos. Así, en la nueva galería de 1.100 metros cuadrados, que se inauguró el pasado 3 de octubre con una muestra sobre Asier Mendizábal, hay una sala para consagrados y otra para promesas. Un almacén para coleccionistas con trayectoria y otro para quien se empieza a cuestionar qué es el arte contemporáneo como conocimiento o como inversión.
El arquitecto Juan Herreros y su estudio han ideado un espacio que busca ser dinámico —para comunicar el cambio—, pero necesita ser también sólido —para reafirmar a quienes invierten en arte—. Con esa doble ambición, no sólo han transformado un bajo oscuro en una sala que recibe luz de seis lucernarios que descorchan la cubierta bajo el patio de manzana. Herreros también ha elaborado un programa que contiene ideas como aprovechar el corredor de acceso para exponer a artistas jóvenes. Por lo demás, lo mejor que se puede decir de la arquitectura es que no se ve. Atiende a la memoria del lugar —su pasado como almacén industrial— y al nuevo uso como marco. Por eso da un paso atrás y, con pocos materiales sobrios —estructuras vistas de hormigón, suelo industrial continuo, paredes blancas— y con luz natural construye un marco pulido pero neutro que permite centrar el protagonismo en lo expuesto. Herreros habla de un singular reciclaje urbano “reubicando un espacio obsoleto en el ciclo vital de la ciudad”. Ese papel de dinamizador lo comunica la galería forzando que el pavimento de la acera penetre en el local para invitar a entrar. También lo propicia el interiorismo: ubicando los catálogos y libros de consulta en la calle, en una pequeña plaza cedida a la acera.
El esfuerzo en idear un nuevo modelo de galería busca hablar con menor distancia y mayor claridad. La colaboración entre clientes, arquitectos y los artistas expuestos —que durante las obras fueron convocados para opinar— ha sido clave en este trabajo en el que participó el proyectista bilbaíno Germán Hurtado. Además de por el cambio, también hay una apuesta por la periferia: quedarse en Bilbao, seguir creciendo en esa ciudad, aunque la mayoría de sus clientes lleguen de otros países y aunque buena parte de sus artistas tampoco conozca fronteras.

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