sábado, 27 de junio de 2015

Un baño marino de azules en Italia




Asomado a un acantilado que desciende con dramatismo hasta la bahía de Nápoles, el hotel Parco dei Principi es todavía el inmueble moderno y sin embargo sensual que pondría el broche de oro a la carrera del insigne y polifacético diseñador italiano. El edificio terminaría además por convertirse en un albergue mítico, un precursor de los hoteles de diseño, que no ha cambiado un ápice en 54 años de vida. Frente al Mediterráneo, con vistas al lejano Vesubio, coronando una cala de la costa de Amalfi, el mundo submarino de conchas, algas, transparencia y colores azules invade los salones, los pasillos y todas las estancias de este hotel que se hace eco de las brisas y el mar en los juegos de cerámicas que cubren suelos y zócalos, convirtiendo los pavimentos del edificio en un calidoscopio de tonos añiles.
Ponti fue un arquitecto, un artesano, un escultor y un diseñador incansable que dedicó su vida a exprimir todos los campos del diseño a su alcance. Así, más allá de ser conocido como el padre de la famosa silla Superleggera —que pesaba 1,7 kilos e ideó para la empresa Cassina en 1957—, más allá de haber diseñado la inolvidable cafetera La Pavoni y además de idear los muebles para los grandes almacenes italianos La Rinascente, el milanés fue el mítico director de la revista Domus desde 1928 hasta que murió, en 1979. Sólo interrumpió esa labor durante seis años, los que dedicó a otra publicación legendaria, la revista Stile. De este modo, al tiempo que informaba sobre la modernidad, su trabajo buscó reivindicar el ideal de una arquitectura mediterránea: humilde pero ambiciosa, capaz de entender y potenciar el lugar, interesada en lidiar con el sol para aprovecharlo pero sin tener que sufrirlo. Fue su amigo Bernard Rudofsky —el autor del volumen fundamental Arquitectura sin arquitectos— quien puso palabras a lo que Ponti llevaba años defendiendo. Por eso es importante este hotel —que el arquitecto italiano ideó con más de 70 años—, porque constituye un legado de lo que Gio Ponti hizo y de lo que quiso decir. Esto no es solo un hotel de cuidada arquitectura y diseño. Esto es un escenario secreto en el que la invasión de la tierra por el mar corre paralela a la contraria, la del mar hacia la tierra. El contagio funciona aquí en ambas direcciones. Y es que el viajero que se hospeda aquí llega a la playa del hotel atravesando la roca del acantilado. También la piscina es de agua salada. Incluso el trampolín, en medio del agua, recuerda más a un puesto de vigilante de la playa que a una plataforma para el salto.
Los acabados del mobiliario y de la propia arquitectura forrada de un relieve rugoso —que interpreta, pero no mimetiza, el tacto sinuoso de los corales y las conchas— dejan ver en la recepción y en las barras del bar la mano de los oficios artesanos que los construyeron. Puede que gracias a esa huella todavía evoquen un mundo onírico y marino a la vez. Pero, además, todo el trabajo con cerámicas remite a la experiencia del diseñador cuando, en los años veinte, al principio de su carrera, trabajó para la empresa Richard Ginori, especializada en mayólicas capaces de lograr el intenso colorido del azul cobalto. Desde el año 2013 la empresa Gucci es dueña de ese taller de ceramistas florentino que Gio Ponti dirigió durante casi una década. Por eso a la magia de la propia escenografía este hotel suma el recuerdo vivo del autor de la famosa Torre Pirelli, junto a la estación de tren de Milán, que terminó sus días diseñando viviendas en lugares tan remotos como Caracas o Teherán. Así, es este hotel sencillo y aristocrático a la vez, fresco, acuático y elegantemente teñido de azul el que, posiblemente, mejor resuma la densa biografía de un hombre que se pasó la vida escribiendo sobre arquitectura para defender que, en realidad, son los edificios los que deben contarla apelando a los cinco sentidos de quienes los visitan. Justo eso sucede aquí. En el legado de Ponti, cuesta decidir si manda la levedad o la riqueza. Y eso invita a soñar a quienes llegan hasta Sorrento para descansar frente al mar.

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