Para que la arquitectura tenga poder transformador urge rebajar la pretensión y el presupuesto. Y el colectivo de arquitectos españoles sabe cómo hacerlo. Eso explica su pabellón de la decimoquinta Bienal de Venecia, galardonado esta mañana con el León de Oro a la mejor muestra nacional.
Es la segunda ocasión en la que el Pabellón Español se hace con el oro: Campo Baeza comisarió la muestra que lo logró en 2000. Y por una vez se trata de un trabajo en equipo, un pabellón y una selección construidas con tanto rigor y talento como humildad. 55 soluciones probadas frente al panorama desdibujado de la arquitectura mundial, que ha sabido detectar el problema y, en general, ha asumido el deber de afrontarlo aunque no acierte a solucionarlo de manera suficientemente drástica.
Los comisarios españoles, Carlos Quintáns e Iñaqui Carnicero, apostaron por exponer obras de más de medio centenar de estudios nacionales que han afrontado la crisis económica, y la de la propia arquitectura, alterando sus prioridades. Poniendo a prueba su conocimiento, exigiéndole más a su talento, renunciando a grandes beneficios económicos y mostrando preocupación social, los trabajos expuestos en Venecia han reconvertido la profesión en un servicio para toda la sociedad y no solo para una escueta fracción privilegiada.
Así, mientras otros pabellones hacen un diagnóstico de lo que ocurre en tantos lugares del mundo —la autoconstrucción, las ciudades de llegada para inmigrantes y refugiados o las macrociudades temporales—, el recinto español indica la manera de iniciar el tratamiento que dota de un nuevo sentido (social, además de cultural y técnico) a la disciplina.
La suma de este reconocimiento al recibido por el estudio paraguayo Gabinete de Arquitectura —que como la ETH de Zúrich, o el propio Norman Foster en su proyecto para un puerto de drones en Ruanda, reivindican el ahorro material y energético de las antiguas bóvedas tabicadas— culmina esta decimoquinta Bienal, en la que el primer comisario latinoamericano de la historia, el chileno y ganador del Pritzker Alejandro Aravena, ha querido abrir la puerta de la arquitectura a los más desfavorecidos.
La capacidad para trabajar con obreros sin apenas formación y con la ambición de llevar una arquitectura ingeniosa y monumental hasta comunidades donde esta era sinónimo de autoconstrucción les ha valido a los paraguayos Solano Benítez, Gloria Cabral y Solanito Benítez el León de Oro a la mejor intervención.
Entre las menciones especiales, las escuelas prefabricadas de la selva peruana han sido reconocidas por “llevar la arquitectura a una esquina remota del mundo preservando la cultura amazónica” y el Pabellón Japonés por “llevar poesía a la densidad y compacidad de las viviendas urbanas”.
El nigeriano Kunlé Adeyemi, autor de escuelas flotantes, se ha hecho con el León de Plata para el Pabellón Holandés al recurrir al legado con el que el desaparecido Aldo van Eyck reconstruyó Holanda tras la Segunda Guerra Mundial: las zonas de juego infantil.
El honor máximo, el León de Oro que corona una trayectoria, ha valorado que a la obra del brasileño Paulo Mendes da Rocha (1928) resulta difícil ponerle fecha. “Lo más llamativo de su arquitectura es que queda física y estéticamente fuera del tiempo”, ha apuntado el jurado, convencido de que esa actitud es una ideología inconformista y sin embargo realista.
Reparar y humanizar
El matemático y exalcalde de Medellín, Sergio Fajardo, y la editora brasileña Marisa Moreira han formado parte del jurado de este año que, presidido por el decano del Massachusetts Institute of Technology (MIT), Hashim Sarkis, contaba también con la editora Karen Stein y el arquitecto Pippo Ciorra.
Al final, la fotografía de la arquitectura transmite desde esta Bienal no solo la idea de que urge reparar y humanizar, también la información de que el colectivo de arquitectos latinoamericano tiene claves para hacerlo. De hecho, ya ha comenzado.
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