«Los temores que se tenían respecto a un desenlace funesto en el estado de D. Antonio Gaudí (...) se han confirmado, desgraciadamente», informaba ABC hace 90 años. El genial arquitecto había fallecido a los 73 años el 10 de junio de 1926, tres días después de haber sido atropellado por un tranvía en la calle de Cortes de Barcelona.
Gaudí se dirigía a la iglesia de San Felipe Neri para visitar a su confesor cuando fue víctima del trágico accidente. Iba indocumentado y por su aspecto descuidado varios transeúntes y conductores lo confundieron con un mendigo y no acudieron en su auxilio. No se percataron de que ese anciano caído en la intersección de la Calle Gran Vía de las Cortes y Bailén, era el creador de la Sagrada Familia, la Casa Batlló o el Parque Güell.
Fue un guardia civil quien obligó a un conductor a trasladar al herido y no le abandonó hasta que los servicios sanitarios se hicieron cargo de él, según contó este diario. Hasta el día siguiente no se conoció la importancia de las lesiones. Tenía varias costillas rotas, una contusión en la pierna derecha y una grave hemorragia interna. Los médicos que le atendieron en el Hospital de la Santa Cruz rechazaron su traslado a un centro privado, dada la gravedad de sus heridas.
En cuanto se supo su identidad y la noticia de la desgracia circuló por la ciudad, una multitud de personas se acercó a enterarse del estado de salud del ilustre arquitecto, que resistió durante más de 60 horas.
Nacido en Riudoms o Reus (dato incierto en su biografía) en 1852, Gaudí se había trasladado a Barcelona en 1868 para estudiar Arquitectura. Se cuenta que fue un estudiante tan irregular como inquieto y que simpatizó de joven con el socialismo utópico, «pero la fe se impuso y quien en su juventud también había ejercido de distinguido dandi en la noche barcelonesa adoptó un modo de vida espartano: comidas frugales, caminatas de diez kilómetros diarios, sencillez y hasta ayunos que le pusieron a las puertas de la muerte», recordaba Manuel de la Fuente en 2011.
En 1878 conoció a Eusebi Güell, su amigo y mecenas para quien realizaría las puertas de la finca, la casa y las bodegas Güell, además del Parque Güell y la iglesia de la colonia del mismo nombre. El Capricho de Comillas, el Palacio Episcopal de Astorga, la Catedral de Santa María de Palma de Mallorca, la Casa Batlló y la Casa Milà son otras muestras de su estilo único y personal.
En 1883 recibió el encargo para proseguir con las obras iniciales de la Sagrada Familia, labor a la que se consagraría hasta su muerte. Allí fue inhumado, en su cripta, la única parte del templo que el arquitecto vio construir junto a la Fachada del Nacimiento. Unas 5.000 personas se congregaron en la explanada del templo durante su entierro, que se convirtió en una gran manifestación de duelo.
Era voluntad de Gaudí y así constaba en su testamento, que éste fuera lo más sencillo posible y que no se admitieran coronas. Su ataúd, cubierto por un paño de terciopelo morado de la Asociación de Arquitectos de Cataluña, fue colocado en una carroza fúnebre tirada por dos caballos. Al frente iban un cabo y cuatro individuos montados del Cuerpo de Seguridad. Les seguían una sección de la Guardia ubana, la Liga espiritual de Nuestra Señora de Montserrat, la Asociación Gregoriana, alumnos de la Escuela de Arquitectura, obreros de la Sagrada Familia con hachas, el clero del Hospital de la Santa Cruz... «el cortejo era numerosísimo», según describía ABC.
Cuando la presidencia del duelo, con las autoridades y familiares de Gaudí, entró en la catedral «las últimas filas del acompañamiento estaban todavía en la Rambla del Centro», relataba la crónica. Durante el entierro, «de una imponente severidad litúrgica», sonaron pausadamente las campanas. Era el adiós a un genio tan admirado por profesionales como por el público. Siete de sus obras están consideradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
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