LUNES 17 DE OCTUBRE DE 2016
No es el más popular, pero sin duda es el más influyente. Si hay alguien a quien los arquitectos del mundo escuchan, ese es Rem Koolhaas (Róterdam, 1944). Sus colegas analizan con lupa cada una de las nuevas propuestas del autor de la sede de la televisión china en Pekín, la Casa da Música en Oporto o la Biblioteca de Seattle. Innovador, precursor y gran observador, en sus libros ha anticipado las cuestiones que definen hoy la ciudad. Él asegura que esa visión le viene de haber crecido en Indonesia: sabe mirar sin prejuicios. Sus imaginativos edificios alimentan ejércitos de epígonos. Hay expectación ante su propuesta para ampliar el Prado, y el Festival de Cine de Venecia mostró la película Rem, firmada por su hijo Tomas. A un tipo con su potencia es fácil criticarlo por una cosa y su contraria. Esa amplitud da una idea del personaje, un creador mitificado hasta el ridículo.
El arquitecto de cabecera de Prada llega a su minúscula oficina de Ámsterdam (una habitación de unos 20 metros con el cartel de OMA –Office for Metropolitan Architecture– en la puerta) con una bolsa de plástico blanca y sin desayunar procedente de su casa, a unos números más arriba en la misma calle del ensanche burgués de la ciudad, con menos bicicletas y más cafés.
¿Por qué ha vuelto a vivir en Ámsterdam? Porque hace seis años me divorcié y estoy con una mujer que no quiere separarse de este lugar [la diseñadora textil Petra Blaisse]. Soy un arquitecto de Róterdam. Nací allí y mi estudio [la sede central, con 250 de los 400 empleados de la firma] está allí, pero crecí en Ámsterdam e Indonesia y luego viví en Londres, una ciudad dedicada al dinero que consume tu energía. Frente a eso, Holanda es un sitio supercómodo. Aquí, entre varias ciudades se ha levantado una metrópolis sin los problemas de las ciudades.
¿Todavía pasa más noches en hoteles que en su casa? Ya no. Eso cambió hace 10 años, cuando el estudio se convirtió en una sociedad. Ahora solo me desplazo adonde están los proyectos de los que soy directamente responsable. Un gran viaje al mes.
¿Echa de menos la vida itinerante? La belleza del viaje está en el descubrimiento, en la falta de familiaridad con lo que ves y con las situaciones a las que te enfrentas. La semana pasada estuve en Taipéi y en Doha. Esos dos lugares no miran al mundo desde el mismo punto de vista. Eso te descoloca y a la vez te orienta. Sigo viajando, pero no con la desesperación económica con que lo hacía.
¿Viajaba por necesidad? Los arquitectos estamos mal relacionados con el mundo. Conseguimos trabajo participando en concursos que te pueden arruinar. Y los concursos exigen entender los lugares.
Ha defendido que el exceso de comodidad entumece. Su arquitectura experimental y osada, ¿podría existir en un contexto de escasez? Vivimos en una sociedad de libre mercado y mucha arquitectura responde solo a eso. La gran mayoría de nuestros proyectos obedecen a lo mismo que mis escritos: se centran en lo que cambia más que en lo que permanece. Paradójicamente, he diseñado siempre para clientes a la antigua, encargos estatales que aíslan los edificios de las presiones de la economía de mercado.
¿No es posible hacer una arquitectura con valor cultural trabajando para el mercado? Lo público es anónimo, menos centrado en una personalidad.
¿Qué es radical hoy en arquitectura? No somos tan banales como para considerar radical todo lo que hacemos. Nuestro mejor trabajo es imaginativo, se centra en posibilidades inesperadas y en no desperdiciar nada material o conceptual.
La mayoría de los arquitectos radicales terminan reciclándose como profesores o como diseñadores. Usted ha conseguido vivir reinventándose en lugar de hacerlo perpetuando una fórmula. ¿Qué busca? Puede que sea simple curiosidad. Soy ciudadano antes que arquitecto. Me obsesiona la capacidad del mundo para fomentar y absorber el cambio. No creo que se puedan tener creencias fijas, inquebrantables. La vida se encarga de cuestionarlas.
¿Cree que la mayoría de los arquitectos no son primero ciudadanos? Tenemos una reputación enfermiza. Las supuestas estrellas se ponen por delante de cualquier otro objetivo, pero la mayoría son ciudadanos antes que arquitectos. Nunca he conocido a un arquitecto estrella. Este es un trabajo extenuante.
La autocrítica no es habitual en su profesión, pero usted rehízo una de sus obras maestras, la casa Lemoine en Burdeos, cuando murió su dueño –un magnate de la prensa tetrapléjico– y su viuda se lo pidió. No es autocrítica. Cualquiera de mis colegas hubiera hecho lo mismo.
¿Deshacer una obra maestra? Adaptar un edificio. Aplicar un cambio de prioridades, ayudar a una familia a vivir mejor en una casa ideada para una situación excepcional.
En España, algunos arquitectos se han negado a alterar sus edificios para mejorar el funcionamiento de la ciudad. La historia está llena de transformaciones. La curiosidad, y puede que la ingenuidad, de pensar que la arquitectura no es una imposición sino una solución lleva a necesitar el cambio.
En Houselife, que filmaron Ila Bêka y la propia hija de Lemoine sobre su casa en Burdeos, Guadalupe, la asistenta española, explicaba sus dificultades para limpiarla. ¿Vio la película? Sí.
¿Se rio? Claro.
¿Le hizo cuestionarse su trabajo? Bueno…, añade interpretaciones.
Usted es poco menos que un gurú de la arquitectura actual. Es difícil encontrar a alguien con vocación de vanguardia que cuestione lo que hace. ¿Se ha sentido acríticamente aceptado? Un arquitecto nunca puede considerarse de ese modo porque en cada proyecto luchamos de la manera menos glamurosa en muchos frentes: desde el coste hasta el control de obra. Construir es una ducha fría que vacuna ante cualquier vanidad. El mundo de las ideas puede dar esa impresión, pero el mundo real es esfuerzo y un gurú es una fantasía. Las palabras “guía” y “gurú” no me hacen sentir bien. Es otra de las razones por las que estoy en Holanda: aquí no hay. Uno puede dedicarse a lo que de verdad importa; en nuestro caso, encontrar nuevas respuestas.
Sí ha sido criticado por la falta de correspondencia entre lo que escribe y lo que construye. La respuesta es muy simple: la escritura es privada. Soy el único responsable. La arquitectura es un trabajo en equipo.
Si es al 100% su escritura, ¿qué porcentaje de la arquitectura es usted? Dependiendo del proyecto, entre el 70% y el 10% puede ser mío.
Pero el documental Rem, que filmó su hijo Tomas, lo muestra como lo contrario, como un arquitecto frente al mundo. De acuerdo. No soy responsable de lo que haga mi hijo. La película intenta demostrar cómo funcionan los edificios.
¿Por qué aceptó, tras dos años, esta entrevista? Compito en la próxima ampliación del Museo del Prado.
Uno pensaría que alguien como usted no necesita presentarse a concursos. Sería una asunción errónea. Vivimos de participar en concursos. En muchos competimos con gente que ha trabajado antes para nosotros. De modo que eso también libera de la idea de verse como gurú.
La transformación del antiguo Museo del Ejército en el nuevo Salón de Reinos es casi un concurso de interiorismo. ¿Por qué le interesa? El Prado es uno de los mejores museos del mundo.
Fue ampliado por Rafael Moneo, que ahora presidirá el jurado. ¿Cree que va a buscar contraste o continuidad con su trabajo? No tengo ni idea, pero considero que Moneo es una persona inteligente.
Habla de su voluntad de entender el mundo por encima de hacer carrera. ¿Alguien con ese anhelo es necesariamente un solitario? No lo soy para nada.
Los medios lo dibujan así. No podría trabajar sin colaborar. Tengo ocho o diez amigos íntimos de distintas nacionalidades. Hombres y mujeres cruciales para mi vida cotidiana y para mi trabajo.
¿Lo que vive y lo que hace es inseparable? No. He defendido siempre la necesidad de tener una vida privada. Pero mis mejores amigos operan en ambas esferas, la pública y la privada.
¿Ha conseguido tener vida privada? Sí.
¿Siempre? ¿Incluso cuando escribía que dormía más noches en hoteles que en casa? Sí.
¿Por qué es tan importante nadar para usted? Es algo físico. Moverse es fundamental.
¿Que necesita nadar para pensar es un mito sobre usted?Pues sí. No sabría decir cuándo pienso.
Otro mito: ¿tiene usted una lista de exigencias que, como las estrellas del rock, envía cuando le piden una conferencia? En este punto, Koolhaas mira a su responsable de prensa, que acaba de entrar con cafés capuchinos y cruasanes. “Lo que pedimos es básico: una tarima, un ordenador y luz indirecta”, dice Jeremy Higginbotham.
¿No exige un hotel aislado? ¿Una piscina olímpica? Es interesante que me lo pregunte. Mi vida es complicada y es más fácil mitificarla así. Este verano llegué a Pamplona [a los encuentros organizados por la Fundación Arquitectura y Sociedad] desde una remota isla italiana. Había huelga de aviones. Hice un gran esfuerzo, sobrehumano diría, para llegar a Bilbao vía Bolonia y Múnich. Llegué tarde, pero llegué. Resultado: me porto como una diva.
Cuando en 1995 le llamaron para dar clases en la Escuela de Arquitectura de Harvard pidió enseñar algo que no fuera arquitectura. ¿Por qué? Uno podía ver ya los efectos de la globalización. Cada vez había menos occidentales entre los alumnos. Era absurdo desperdiciar esa información para continuar con lo de siempre, imponiendo la tradición y la mentalidad occidentales.
¿Qué hizo? Utilizar la inteligencia del alumnado para explorar situaciones que no entendía. Aprendimos de alumnos chinos y de rumanos que habían vivido en el comunismo. Pensé que la escuela podía transformarse en algo más creativo capaz de generar conocimiento colectivo en lugar de impartir unidireccionalmente el del profesor.
¿Cree que la arquitectura actual necesita información ajena a su campo? Sí. Debe entender de otra manera el negocio inmobiliario y mejor otras culturas y cómo relacionarse con ellas.
¿A qué obedece su necesidad de cambiar continuamente? El cambio es lo más notable, pero el contraargumento, la consistencia casi aburrida, está más cerca de la realidad. Mi trabajo se puede juzgar como mutante o como superconsistente.
¿Su arquitectura le representa más a usted o a sus clientes? Todo empieza con lo que ellos piden. Rehacemos ese rompecabezas dándoles más de lo que se les había ocurrido pedir. E ideamos la expresión.
¿Su arquitectura le representa más a usted o a sus clientes? Todo empieza con lo que ellos piden. Rehacemos ese rompecabezas dándoles más de lo que se les había ocurrido pedir. E ideamos la expresión.
¿Ha tenido alguna vez interés en aplicar su imaginación a la arquitectura de los que no parecen tener derecho a ella, es decir, a las tres cuartas partes del mundo? Sí. Mucho. No he tenido oportunidad, pero me gustaría hacer rascacielos para densificar ciudades asiáticas. Hay un divorcio radical entre la vivienda de los necesitados y el mundo de la arquitectura.
¿No cree que ese divorcio tiene que ver con el dinero? No somos lo suficientemente ricos como para trabajar sin cobrar. Sin embargo, ese ámbito al que no suele llegar la arquitectura nos interesa. En Reino Unido diseñamos un hospital sin beneficios porque creímos en él [Maggie Center]. Lo de la vivienda llegará en algún momento.
¿Podría trabajar con presupuestos muy bajos? Empezamos así. Luego la Biblioteca de Seattle fue barata.
¿Todavía escribe? Sí. Ahora me dedico a observar el campo, lo que la falta de atención ha generado y lo que su transformación implica.
¿Qué está sobrevalorado en nuestra sociedad? La comodidad. Cuando comisarié la Bienal de Venecia, estudié qué había detrás de los cambios arquitectónicos. Casi todas las razones eran comerciales. Pero el argumento siempre era para lograr mayor confort. Fue entonces cuando vi que eso y la obsesión por la seguridad se estaban convirtiendo en los valores dominantes en nuestra sociedad. En los años ochenta había más terrorismo y menos miedo. Lo que hoy nos causa miedo es que pensamos que los terroristas son gente muy distinta a nosotros.
¿Eso cree? Sí. Hay indignación por la imposición del modelo occidental con sus valores buenos y malos.
¿Justificaría alguna vez la violencia? No. Pero creo que hay mucha hipocresía. Existen campos y puntos fáciles de mejorar si hubiera auténtica voluntad de cambio y apertura.
¿Justificaría alguna vez la violencia? No. Pero creo que hay mucha hipocresía. Existen campos y puntos fáciles de mejorar si hubiera auténtica voluntad de cambio y apertura.
Declaró que la seguridad, la comodidad y la sostenibilidad habían sustituido a los valores de libertad, igualdad y fraternidad de la Revolución Francesa. ¿Con qué los sustituiría? Mucho de lo que decimos busca impactar. Las provocaciones son importantes para obligar a pensar, pero no me siento en un trono y me pongo a pontificar. Con todo, necesitamos una relación más activa y directa con la realidad. Volver a tocar el mundo.
Siempre le ha interesado la política, pero últimamente ha hablado de hacer algo más que tomar partido. De una manera marginal, he tratado de apoyar algunas ideas, como la de una Europa unida. Entraré en política de cabeza si en Holanda hay amenaza de Nexit. Lo haría tratando de utilizar mis mejores capacidades para evitar que se produjera una separación.
¿A qué estaría dispuesto? A dar mítines, a hablar en público y a apoyar a partidos contrarios a la desunión.
¿Cómo se opondría a un hipotético deseo de separarse de Europa? Solo hay un arma: los argumentos. Podría producir material visual para tratar de comunicar esos argumentos mejor, por ejemplo. En la primera campaña a favor de la Unión Europea ya hicimos pósteres.
¿Por qué cree que se dio el Brexit? Sucedieron dos cosas: un enfado generalizado –fácil de entender– y una razón de peso: la gente joven no votó. Ellos estaban mayoritariamente a favor de la Unión. Hay una generación capaz de saber lo que prefiere y lo que le importa, pero incapaz de hacer el más mínimo esfuerzo por conseguirlo. Eso me parece un crimen.
¿Cómo motivar a los jóvenes? Se trata de que se responsabilicen. La motivación la debe encontrar uno en sí mismo.
¿El hecho de que su padre fuese activista determinó sus valores? No fue exactamente un activista, eligió una posición política clara. Era periodista. Tras la Segunda Guerra Mundial, los indonesios quisieron independizarse y los holandeses querían mantenerlos como colonia. Él se opuso a la guerra entre Holanda e Indonesia. No fue el único, pero por defender esa posición siempre fue bienvenido en Indonesia tras la independencia. Por eso puso en marcha un instituto para el intercambio cultural.
De los 8 a los 12 años vivió allí. Era un lugar muy religioso donde, sin embargo, convivían varios credos. Para un niño, tanta ceremonia resulta fascinante. Observar cómo vive la gente vacuna contra los prejuicios.
¿Qué hacía su madre? Era diseñadora de vestuario.
¿Cuánto de lo que ha conseguido llegaron a ver sus padres?Vivieron hasta el principio de mi carrera.
¿Ha cambiado de valores a lo largo de su vida? Seguro. Sería de muy mala educación no hacerlo.
Tiene una cabaña en una isla italiana. ¿Qué le dice eso como arquitecto? En mi vida, poder desconectar y tener privacidad es muy importante.
¿No tiene privacidad en Ámsterdam? Mucha. Pero el aislamiento facilita la desconexión. Encontramos la cabaña en una reserva natural que no se podía tocar. No había nada que pudiéramos hacer. Lo bonito fue eso: solo podíamos aceptarlo. Era fácil realizarlo con vistas al Mediterráneo.
Es un arquitecto que no se ha hecho su propia casa. Por motivos económicos. Tenemos un estudio, pero también nos interesan las ideas. Lo que se gana con la arquitectura sirve para financiar las ideas.
¿La arquitectura, más que un modus vivendi, es una pasión cara? Siempre ha sido así.
Hombre…, hay arquitectos ricos y pobres. Que viajan en jet privado y que viajan en metro. Sí. Pues no sé cómo lo consiguen. Tal vez producen más.
¿Defiende la frugalidad? Nunca sería tan ridículo como para defender la frugalidad como mi fuerza vital. Me interesa vivir con poco, pero no hago ningún sacrificio. Soy un consumidor más. No soy una persona ascética. Ni me opongo a la riqueza de otros. Pero es cierto que la frugalidad es una cuestión intelectual para mí. Y supongo que crecer en Indonesia me ayudó a concederle esa importancia a las cosas: valoro más saber vivir con poco que tener mucho.
Escribió que los arquitectos habían sido incapaces de aprovechar el gran cambio económico vivido. ¿Cuándo y por qué pierde la arquitectura credibilidad? Un edificio que aporta frescura es creíble. Los que no lo son reducen su credibilidad.
¿La frescura no es un atributo superficial? Es sustancial. Cualquier edificio que cuestione lo que se espera puede ser relevante.
¿Por qué es importante que la arquitectura haga pensar?También me gusta la que no hace pensar. Por ejemplo, las torres de Hong Kong. La ciudad no tiene ningún edificio bonito. Pero el conjunto es irresistible.
¿Ninguno? Allí está el rascacielos más famoso de Norman Foster. El espectáculo lo consigue la mezcla de densidad, atmósfera y naturaleza. Se suele decir que arquitectura es solo el 4% de lo construido. A mí me encanta que sea tan poco porque es eso, que sea algo escaso, lo que la lleva a ser ambiciosa, obligándola a decir algo de lo que somos hoy.
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