Puerto Escondido
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Frente al Océano Pacífico, a los pies de una solitaria playa y a escasos metros de la montaña, aparecen una docena de palapas. Bajo ellas, seis artistas conviven con el único propósito de crear. Los rodean 130 hectáreas de laboratorio artístico. Una incubadora de ideas que dos premios Pritzker de arquitectura se han encargado de transformar en el mejor lugar para la “introspección” y la “creatividad”.
Casa Wabi, uno de los proyectos más preciados del mexicano Bosco Sodi, celebra este martes su aniversario. Cumple tres años esta residencia para artistas, situada cerca del turístico Puerto Escondido, en la Costa Chica de Oaxaca, y considerada por The New York Times uno de los 52 lugares que visitar en 2017. A ella han acudido cerca de 150 creadores de las más diversas disciplinas y las más variadas nacionalidades, Un continuo ir y venir de autores que han hecho de este espacio, dirigido por Carla Sodi, un oasis en una de las regiones más deprimidas, olvidadas y pobres del país.
“Este lugar tiene mucho de monástico. La arquitectura fomenta una introspección profunda en uno mismo. Algo que no a todos los artistas les sienta bien. También enfatiza ese carácter monástico el contraste con la comunidad, el staff y la marginalidad de la zona. Esto afecta en mayor medida a quienes más cerca de este contexto local están. Al extranjero le puede resultar exótico, pero para los artistas que son de este Estado llega a ser duro”, comenta Alberto Ríos, curador de Casa Wabi y encargado de seleccionar a los artistas que realizan una residencia de entre uno y tres meses.
Arte que impacta sobre una población que hasta ahora vivía a demasiados kilómetros de un cine, una sala de teatro o del circuito habitual de las exposiciones. Los proyectos que se desarrollan en Casa Wabi tienen como requisito indispensable generar un intercambio entre el artista y los chatinos, afromestizos o mixtecas que habitan las 12 comunidades que rodean esta casa, cuya sola presencia transforma la zona.
Exuberante en sus planteamientos, discreta para su entorno, el edificio principal ha sido diseñado por el arquitecto japonés Tadao Ando y uno de sus pabellones por el portugués Álvaro Siza. Esta obra minimalista, camuflada entre la naturaleza y de enorme simbolismo, reúne dormitorios, estudios, una sala de exposiciones, otra de proyección, zonas para el encuentro y también para la meditación.
Desde la playa, apenas se aprecian una docena de palapas. En su interior, 300 metros de muro recorren el lugar. Es la columna vertebral de la casa. A un lado está el sur, el mar y la paradisiaca costa; al otro, el norte, la montaña y el extenso jardín. Solo en ciertos puntos estratégicos del complejo se puede atravesar el hormigón. “En Casa Wabi hay que decidir de qué lado del muro se está”, comenta Ríos.
“Cuando llegamos, resultaba impactante para la gente del lugar. No sabían cómo enfrentarse a este tipo de arquitectura. Era interesante ver sus reacciones a las exposiciones de galería. Cuando una persona no ha tenido contacto con el arte contemporáneo se produce un shock al enfrentarse a él”, cuenta Juan Pino, director del programa comunitario.
El contraste entre estos dos mundos se produce dentro y fuera de Casa Wabi. Ahora el cine ha llegado hasta las plazas de los pueblos y una biblioteca móvil recorre las calles sin asfaltar de las comunidades. Mientras, en las recetas de las cocineras de esta residencia, atendida por un nutrido grupo de mujeres de la zona, se aprecia la influencia de los reconocidos chefs Niki Nakayama, Enrique Olvera y Najat Kaanache, que visitaron el lugar.
“Aquí la gente no ha ido a una sala de cine y nosotros pretendemos acercarles un séptimo arte diferente aunque esto no resulte fácil. No por darles una película se convierten en cinéfilos, por lo que realizamos un importante trabajo de sensibilización. Les entregamos un espacio en el que concentrarse en entender otro tipo de largometrajes”, cuenta Paola Herrera, productora de películas de ficción y directora del programa de cine en Casa Wabi.
El arte contemporáneo ha llegado hasta la comunidad. Invade un territorio ajeno a través de proyectos que invitan a los adolescentes a manchar, que recogen el pasaje sonoro de una localidad o en el que los vecinos elaboran esculturas a partir de las formas prehispánicas que aún se conservan en el lugar. En definitiva, obras que revalorizan su historia, su entorno y su propia comunidad. Con ellas, los habitantes de la zona se adentran en terrenos hasta ahora desconocidos, dan rienda suelta a su creatividad y avanzan por el camino de la libertad. “Los proyectos comunitarios son el alma de la fundación, sin ellos sería una residencia más como hay otras muchas en el mundo”, argumenta Pino.
El artista belga Michel Françoise, el suizo Ugo Rondinone, el británico Richard Wentworth y el español Santiago Sierra son algunos de los artistas que han acudido a esta residencia y han hecho suyo el lugar. Han contribuido a transformar Casa Wabi en un hogar, en el que se desayuna, come y cena en comunidad. Vivieron entre uno y tres meses en un espacio ideal para la introspección y la meditación. Pero, paradojas del destino, en el mejor lugar para crear, el arte a duras penas se puede conservar. La sal, el calor y la humedad destruyen las obras sin piedad.
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