El arquitecto japonés, superviviente milagroso de cinco extirpaciones, presenta su intervención en la Bolsa de París
Hace calor. La sala del Centro Pompidou donde Tadao Ando debe impartir una clase magistral está llena. Así que periodistas y estudiantes de Arquitectura nos tiramos por el suelo del hall en torno a una pantalla gigante. No se oye, merde. Por fin. Acaba el japonés. Traducen: "Hace cuatro años me quitaron el bazo, el páncreas, la vesícula, el duodeno y el canal biliar....". ¿Me habré equivocado de día?
Pues no, el hombre enjuto vestido de arquitecto (pantalón negro, cisne negro, americana negra, deportivas negras con suela blanca) es Tadao Ando. "Así que mi conferencia podría titularse los cinco órganos que no sirven para nada". Humor a chorro: "Cuando le pregunté al cirujano si conocía gente viva sin páncreas, me dijo que sí pero que ninguno con buena salud".
Desde entonces, Ando deja de trabajar 40' para comer y camina 10.000 pasos al día. La voluntad de vivir es importante, le dijeron. Por eso, la retrospectiva se titula El desafío y en la entrada hay una manzana verde.
La fruta simboliza la aspiración de Tadao cuando tenía 20 años: "Las ganas de vivir. Permanecer siempre verde". Jovial a los 77 tacos. "Porque la juventud no es una edad, es un estado mental".
Al grano. "En diciembre de 2015, vengo a París, llamo a Pinault y me dice: '¿Todavía estás vivo? Pues si estás aquí y estás bien, vamos a seguir trabajando juntos". Pinault, François, una fortuna de 22.000 millones según Forbes. Dueño de un imperio con marcas como Puma y florones de lujo como Balenciaga, Gucci e Yves Saint Laurent. Se casó con Salma Hayek en el Palacio Grassi que para eso es suyo.
En esa misma Venecia, Ando metió un cubo de hormigón dentro de la Punta della Dogana, la Aduana triangular. Para exponer la colección de arte de Pinault. Amboshabían fracasado juntos (no todo reto acaba en éxito) en el intento de transformar la isla Séguin, núcleo fabril de la Renault, en sede de la fundación artística del magnate.
Porque en Venecia no cabe la colección que supera las 3.000 obras, una de las mayores en manos privadas. Por eso, sin páncreas pero con buen ánimo, Ando recibió el encargo de transformar la Bolsa de Comercio, un edificio circular de 1889 que cierra la esplanada de Les Halles. Albergará los picassos, miró y demás compañía de Pinault. Es casi el último desafío de Ando. Un cilindro de hormigón visto de 30 metros de diámetro y 9 de alto dentro de la monumental tarta de la Bolsa. Arriba, bajo la cúpula, exposición. Abajo, hall. Más abajo, auditorio.
"Siempre he utilizado el hormigón. Todo el mundo usa este invento francés pero yo quiero crear un espacio que nadie más sea capaz de crear. Quiero hacerlo con un material al alcance de cualquiera. Sólo con ayuda de la geometría y de las dimensiones".
La impresionante maqueta de la Bolsa está al final de la exposición. Hay otras 69. Y 180 dibujos. Que recorren 50 proyectos del ganador del Pritzker en 1995. Un momento, qué es ese gentío. Es Ando, rotulador gordo en mano, reconstruyendo la génesis de Naoshima, una isla devastada por su explotación como cantera, reconvertida a lo largo de más de 20 años en museo de arte.
Hará el recorrido del final al principio. En un alboroto de cámaras y japoneses subiéndose a las pocas sillas disponibles. Sin hablar al micro, para que la apurada traductora se azore.
Así que estamos al comienzo. Una pared de fotos hechas por él. Blanco y negro, por supuesto. Formas geométricas. Luz. Mucha luz. Y sombras. Ningún humano. Destacaan dos imágenes. Un círculo y una cruz. El primero es el Centro de Meditación de la Unesco en París. "Símbolo de la paz, más allá de las religiones". La cruz, signo de esperanza cristiana, deja pasar la luz: la Iglesia de la Luz, en Japón. Tadao, arquitecto espiritual. Iglesias cristianas, la colina de Buda. Y museos. Porque en su filosofía sintoista el artista es un chamán.
Ando es seguidor de la filosofía de Nishida de la escuela de Kyoto. "Habla de eternidad, de infinito, de lo que carece de límites, de la nada". Esto nos lo explica Frédéric Migayrou, comisario de la muestra. "La nada, representada por la forma redonda, tiene un sentido positivo también. Generador".
Flash back al final de la conferencia. Ando firma libros. Con rotulador gordo. Cinco en medio minuto. Los ayudantes se los pasan abiertos. ha cruzado el hall del Pompidou al trote, mientras tropiezan los cámaras.
Al trote como el boxeador llega al ring. Como en su juventud. Donde hizo de todo porque la familia no tenía dinero. Por eso no fue a la universidad. Por eso y por carecer del nivel escolar necesario, confiesa. No tiene título de arquitecto. Autodidacta. Se compró todos los manuales de la carrera y se los leyó en un año.
En 1965 vino a Europa. El año es significativo. Los japoneses no tuvieron permiso para salir de sus islas hasta el 64. Pionero, pues, de esos millones de japoneses que visitan París, rendida este año al japonesismo con decenas de exposiciones.
De ese viaje iniciático quedan sus cuadernos de croquis. Le impactó el Panteón de Agripa en Roma, con su cúpula agujereada por un oculus que deja pasar la luz.
Aunque el objetivo del viaje era la obra de Le Corbusier. "Un poco antes de los 20 años, tropecé con Le Corbusier. Compré un libro de segunda mano. Y me dediqué a copiar sus esquemas. Quería ver sus obras. Por eso vine a París. Hoy, la Villa Saboye está restaurada. Entonces era una ruina". Así que tuvo que visitarla tres veces hasta comprender su lenguaje arquitectónico.
Y por esa admiración el perro de Tadao Ando se llama Le Corbusier. "Al principio quise llamarle [como el arquitecto japonés] Kenzo Tange. Pero me disuadieron. Yo sabía que iba a amar, a adorar, ese animal. Así que le puse Le Corbusier. ¿Se parecen, verdad?" Y hace proyectar dos fotos. Su perro y la chaise longue en piel de potro de Le Corbusier. Y, sí. Se parecen. Ambas son blancos con manchas negras.
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