Reducir la mortalidad de los peatones o disminuir el estrés de los padres de niños hospitalizados son cuestiones cuya respuesta, de entrada, no imaginaríamos que fuese la arquitectura. Y, sin embargo, es la reciente disciplina de la neuroarquitecturala que les está dando solución. Nos lo cuenta Juan Luis Higuera, del Grupo de Neuroarquitectura de la Universitat Politècnica de València, y escuchándole es fácil entender que la próxima revolución arquitectónica está mucho más cerca de nosotros de lo que pensamos. Concretamente, en nuestro cerebro.
"Determinadas sociedades emplean cerca del 90% de su tiempo dentro de los espacios de la arquitectura. Pero, ¿nos ayudan a vivir holísticamente mejor?", se pregunta el experto. Tanto él como su equipo están dispuestos a que así sea gracias a su trabajo, cuyo objetivo es que arquitectos y diseñadores realicen sus creaciones en base a razones neurocientíficas. "Las cuestiones cognitivas y emocionales también deben apoyarse desde la arquitectura", argumenta Higuera, quien también defiende que este es un objetivo que se puede conseguir sin restar capacidad creadora a los profesionales. "En algunos círculos, esto [la implantación de la neuroarquitectura] causa cierta incertidumbre o, incluso, sobresalto. La mayor parte de los cambios en la profesión lo generan, y la neuroarquitectura puede ser un hito que marque un cambio de paradigma. Pero debe entenderse que la incorporación de una herramienta de diseño tan útil no implica un ataque a la creatividad del arquitecto o diseñador, ni tampoco la pérdida de cuestiones artísticas. Es compatible y beneficioso", asegura.
No obstante, para que quienes plasman nuestros edificios puedan llevar a cabo sus creaciones teniendo en cuenta los hallazgos de este campo de estudio, aún falta tiempo -digan lo que digan algunos-: "Actualmente, no existe un proyecto íntegro de neuroarquitectura, entendido como el diseño completo de un espacio de acuerdo a razones neurocientíficas", explica el investigador. "La neuroarquitectura no se encuentra en ese punto. Serán necesarios algunos años de investigación y desarrollo para lograrlo. Esto puede resultar desconcertante, ya que no es difícil encontrar estudios de arquitectura que, veladamente, aseguran ofrecerlo. Simplemente, se trata de una labor de publicidad, probablemente generada por el auge de la neuroarquitectura".
Así, hoy en día, aplicar la neuroarquitectura a proyectos concretos requiere de "un despliegue de infraestructura tecnológica y científica muy diferente a la estructura de los estudios de arquitectura", avisa el experto. "Por ejemplo, nuestros trabajos suelen empezar con espacios en realidad virtual, lo que nos permite modificar variables concretas del entorno rápida y sosteniblemente y registrar su efecto a nivel comportamental, psicológico (a través de cuestionarios), y neurofisiológico (a través de la respuesta electrodérmica, la variabilidad cardíaca, el electroencefalograma...). Esto implica sistemas de realidad virtual inmersiva de alta resolución y de registro neurofisiológico de ámbito clínico. Para gestionarlos, son necesarios equipos de personas formadas en ámbitos muy distintos. Quizás, con el tiempo, el proceso sea más fácil, lo que repercutirá en la calidad de vida de todos, pero hoy en día, una verdadera aplicación de la neuroarquitectura sólo puede venir de grupos de investigación con recorrido, de los que existen pocos a nivel internacional".
UNA DISCIPLINA JOVEN CON POSIBILIDADES INIMAGINABLES
El comienzo del desarrollo de la neuroarquitectura, es decir, de la aplicación de la neurociencia a la arquitectura, es difícil de fechar. Sin embargo, Higuera considera que una de las primeras formulaciones contemporáneas más explícitas fue la del arquitecto Richard Neutra, quien, en la década de los 50, declaro que la arquitectura debía orientarse a satisfacer las necesidades neurológicas de sus usuarios. Por entonces, no había tecnología suficiente para lograr ese cometido, pero en los últimos años, la posibilidad de registrar y analizar la actividad neurofisiológica con mucha más calidad y de manera menos invasiva para el usuario ha hecho que la disciplina dispare sus resultados. "En pocos años -explica Higuera- hemos asistido a la evolución de meras declaraciones de intención, a estudios verdaderamente experimentales de neurociencia aplicada directamente a la arquitectura".
Como ejemplo, nos sirven los propios proyectos de su grupo de investigación, con los que abríamos el texto: reducir los accidentes que sufren los peatones estudiando su respuesta al entorno urbano y mejorar los espacios sanitarios para disminuir el estrés de los acompañantes de urgencias pediátricas . En el primer caso, un trabajo para la DGT, los expertos de la Universidad de Valencia estudian el índice de seguridad percibida por el peatón, pues se ha demostrado que quienes caminan modifican su posición para sentirse lo más seguro posibles. ¿El problema? Es precisamente en esos puntos en los que más a salvo se sienten donde tiene lugar un mayor número de accidentes, pues la realidad y la percepción parecen no encajar en ciertos casos. Su trabajo es entender por qué y lograr que sí lo hagan, haciendo cambios en el trazado urbano en un entorno de realidad virtual.
En el segundo caso, el Grupo identificó las fuentes de satisfacción ambiental que más inciden en la reducción de la tensión de los padres y madres en las salas de espera, y, a continuación, creó un entorno potenciándolas. Con ello se logró una reducción del estrés a nivel neurofisiológico y neurológico. Una de las conclusiones de la investigación fue que las fuentes visuales y las auditivo-olfativas pueden presentar propiedades diferentes, pero, a la vez, potenciarse la una a la otra. De hecho, esa píldora de sabiduría podemos implementarla ya en nuestro hogar.
"Existen muchas variables de diseño que pueden ayudar a reducir el estrés", desgrana Higuera. "Entre ellas, podríamos hablar de la vegetación, los contornos redondeados o la temperatura de color cálida de la iluminación artificial (algo a lo que, frecuentemente, se presta poca atención a la hora de comprar las bombillas). No obstante, la experiencia arquitectónica no es sólo visual: mejorar las atmósferas auditiva u olfativa son medidas comúnmente olvidadas con unas repercusiones que, según el caso, pueden ser incluso mayores. Algunas fragancias vegetales, como la lavanda o la naranja, son especialmente relajantes, de forma que incorporar vegetación natural, si esta ofrece alguna fragancia relajante, puede tener un importante efecto sinérgico al mejorar la experiencia visual y olfativa". Y culmina: "Aunque deben emplearse con atención según el caso (por ejemplo, la luz azul también podría ser relajante en contextos post-estrés), son pistas generales que pueden ayudarnos a mejorar nuestros hogares".
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